jueves, 4 de abril de 2013

En el Monasterio...(Fragmento)


La oración de la mañana quedó vibrando en mi interior, y parecía que aun reverberaba en el prado. Yo cantaba para mis adentros, pero al ver el rostro de los otros monjes, supe que no era el único. Cada uno tenía su canción interior.

Remover la tierra del huerto y limpiarla de malas hierbas puede ser una de las tareas más agradables y profundas de la vida. Si se está en un estado correcto y con paz interior se puede percibir algo más que un trabajo de granja: es el cuidado de aquello que nos da fuerzas físicas.

Una bella loba, a la que en el monasterio apodamos Numma, se paseaba por entre el camino de la arboleda. “Quizás seas el espíritu de una sacerdotisa seduciéndonos”, pensé.

Más arriba, el cielo diáfano y límpido, celeste y profundo…

Casi me había olvidado de donde venía y que había sido mi vida antes de venir a este lugar perdido y olvidado, más no menos importante.

El monasterio fue construido en refinadas madreas y piedras esculpidas por unos caballeros templarios, en 1300 DC, que tras su participación en las cruzadas, dedicaron su vida al Cristo.
Las construcciones eran artesanalmente maravillosa y de espíritu piadoso. Aquellos caballeros buscaron la Gracia en su construcción y dedicaban meses en la talla de una columna, en el pulido de los suelos, en el armado de altares y muebles, pero por sobre todo, dedicaban años en el estudio de escritos antiguos, de literatura sagrada, de alquimia, de ciencias herméticas, de magia y cabala, de meditación cristiana.
Contaba con una biblioteca en donde allí se hace casi todo. Una especie de bracero esta encendido todo el tiempo. Subiendo por unas escaleras, hacia un oscuro y calido  pasillo estaba el lugar de meditación y oración, al que llamaban “el lugar del culto”. No había una imagen de Jesús, ni estatuas de santos. Solo los paisajes de los vitraux mostraban ensoñaciones de una Conciencia Superior, que regaban con la luz exterior los atriles ceremoniales y los candelabros de bronce.

“En el templo, cualquiera es santo” me dijo Giovani, “aquí no hay tribulaciones. Pero qué sucede al bajar al pueblo y enfrentar la vida ordinaria de los hombres de mundo? Por eso es importante llevar el templo en nuestro interior.”
Me dirigió a las habitaciones para que ponga mis pertenencias en el armario del siglo XVI, y me entregó una túnica sencilla pero de buena tela: “Y aun así” agregó, “el templo no es para todos. Hay que tener valor para abandonar el mundo, y un gran espíritu para alimentar el alma”.

Aquel día me parecía lejano y estaba fresco en mi mente. Quizás halla pasado toda mi vida en aquel pequeño templo, o había sido apenas el día anterior cuando había llegado: Vislumbré el infinito en unos segundos!!

Por la tarde, siempre hacía algo que alegraba mi alma: me adentraba en el bosque con Tadeo en busca de frutas secas o leña para las estufas, iba hasta el lago, al otro lado del bosque, a contemplar el reflejo con Marcos (“el aire y el agua siempre están unidos. Los separa “la imagen”, al igual que Dios y los hombres”), tocaba la guitarra en los jardines de la entrada junto a Ferdinand que me acompañaba con el acordeón, o simplemente me quedaba en la terraza del este, meditando al atardecer, contemplando los últimos rayos de sol dorado, pincelando el cielo carmesí, mientras que las sombras que cubrían el mundo, allí debajo, poco a poco subían la ladera del bosque.

Éramos un poco mas de una docena los que habitábamos en aquel templo, y muy pocas personas pasaban por allí, aunque las puertas estaban abiertas siempre...

Hoy, en cada atardecer, algunos pensamientos son  hacia aquel lugar y para aquellos monjes que fueron mi familia. Quizás algunos no estén, no lo se… pero sí se que volveré, y entregare mis días allí. Seré viejo y sabio, o regresare a mi juventud, y la loba que paseaba por los alrededores, por fin se transforme en la “sacerdotisa Numma” y caminemos eternamente en el prado de la magia…

Hoy puedo estar por el mundo, viajando, trabajando, haciendo vidas, pero siempre en los momentos de paz regreso al monasterio, porque aquel lugar quedo en mi interior.

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