domingo, 27 de enero de 2013

De mi libro "Marie Anne y Yo"


Capitulo 8


Amanecía. Lo sabía no por el horizonte de un sol naciente que tímido se alzaba rápido en las primeras horas, sino más bien por la claridad de penumbras que dejaba vestir la noche muriente en las siluetas de bosque. Aun sentía el aroma de buen tabaco de hacía horas, en la biblioteca que daba al poniente, en donde con François Hermes debatíamos asuntos graves de literatura hermética y universal.
Amigable y de buen gusto, mi paladar conservaba el sabor del brandi estacionado. Oh, grato momento! Tertulia de impronta con ojos al almendro que relucía en aquella mañana dorada de otoño, en un cielo vainilla anunciado por el gallo “Picos”!

El baño templaba mi cuerpo, espabilándolo para la jornada. No era adepto a las costumbres de higiene de estas tierras. Para mí, las esencias y perfumes, son para las galas. No para sustituir la limpieza del agua.

Charlotte, la anciana ama de llaves, ya había calentado el horno y puesto a levar los bollos para el pan.
-Buen día! Tomará ese brebaje negro en lugar de té?- me preguntó como si el café fuese estupefaciente de moda.
-Buen día, mi señora. Y si, pero agréguele un quinto de leche y dos terrones de azúcar- le contesté sonriendo –y por favor, podría ponerme de más, algunas lonjas de pan con suficiente miel?-
Se rió con ganas al verme arrancar un trozo de croissant viejos, destinados a Robert, el sabueso.
-Así me gusta- me dijo –que eres muy delgado. Pues si no tuviese porte, diría que sois un mendigo.-
-Austero y sobrio, mi señora!-
-…austero y sobrio! Lo que debo escuchar!- y agitaba el delantal para quitarse restos de harina: -Suba a su torre, señor austero y sobrio, que en minutos le llevaré el desayuno.-

Me alejé socarrón, como un niño con permiso de pasar por alto las tareas, y canturrié con el rechine de las escaleras que armonicé con un estribillo de suelo de cedro al sentarme en el escritorio del bowindow que daba con vista al valle. De un cajón saqué aquellas figuras de las cuales tanto habíamos hablado la noche anterior con mi camarada, no solo de su significado, sino de la fascinación que había provocado en el reino su bella creadora, la cortesana sibila, consejera del emperador.

-Permiso…- dijo Charlotte, desayuno en mano, y con una graciosa mueca en el rostro cantarino (como si quisiera esconder una sonrisa): -…su amiga…(se aclaró la garganta)…quiero decir, Mademoiselle Lenormand se encuentra en el salón.-

Le indiqué que le hiciera subir, y pasé por alto sus insinuaciones. Segundos después, la esbelta y refinada figura de mi querida amiga alegró aun más mi mañana.
-Marie Anne, cuánto alboroza mi día con su presencia. Por qué tengo el honor de su visita?-
-Oh, calla Archibald, brujo adulador! Por qué no vives en la ciudad como un hombre de reputación, y me haces menos sacrificados nuestros encuentros?- exclamó de forma directa, luciendo una sonrisa que suavizaba su delicada prepotencia propia de su pueblo, pero seductora para el genero masculino.
-Por lo mismo que tu has dicho, querida!-
-Lo se. Por brujo!-
-No…- respondí -…por adulador! De esta manera nuestros encuentros son más deseados, y tus visitas no podrían ser más especiales!-
Entrecerró sus ojos y sentándose sobre mi escritorio, tomó un bollo dulce y comenzó a darle pequeños pellizcos para llevárselos a la boca:
-El problema es, mon chere, que este viaje me es cansador y largo, y Marie Anne llega desahuciada a esta amable morada, y moisie Archibald siempre la recibe con ágapes y banquetes, y eso, no es bueno para la silueta de la pobre Marie Anne!-
Reímos con la boca llena mientras la mañana se anunciaba afable.

Afuera, el sol estaba apenas por sobre los árboles, y habíamos decidido refrescar los temas con una caminata por el jardín, siendo una buena ocasión para encender una pipa en compañía de esos largos cigarrillos aromáticos que ella fumaba. Jean Paul, el nieto de Charlotte, que hacía tanto de jardinero como de mi insolente asistente, no dejaba de buscar excusas de trabajo; aquí y allá había siempre unas flores que trasplantar, un árbol que podar, un hoyo que cavar, lo que fuese para poder observar de más cerca el cuerpo de Marie Anne que solía marcarse y entallarse con los vestidos de moda. Pero el pobre Jean Paul lo hacía con mucho cuidado, pues cierta vez fue descubierto en tarea de fisgón y recibió el momento más incomodo de su vida por parte de la seductora malicia de mi joven pitonisa. Aun así, la sangre juvenil podía más y la sensualidad de Marie Anne valía todos los peligros.

-Querido Archibald, has estudiado aquel asunto?-
-Si, y poco me gusta, Marie Anne. Las intrigas palaciegas y las traiciones están más que a la orden del día, y la moneda corriente entre todos esos numerosos pretendientes a influyentes (y tu bien sabes que son parásitos) es llevar y traer chismes al irascible emperador, y poder alcanzar algunos privilegios.-
-…el no es un mal hombre.- musitó mi amiga.
-…si, quizás. Pero mucha de sus decisiones y logros se deben a tus aciertos y tu confiabilidad. Y eso, te propicia aun más el desprecio de tus enemigos. Y el emperador, podrá protegerte todo el tiempo?-
Frenó su paso y acarició mi cuidada barba y llevó mi cabello a su rostro para oler su aroma:
-No te preocupes en vano, mi amigo amado…-
-Nunca es en vano cuando el interés es alto.- le dije consternado -…porque aunque sepamos vislumbrar lo que fue y lo que vendrá, el suceso inesperado nos acaece a todos!-
La bella cortesana, mi vidente amiga, solo se limitó a besarme en la mejilla y exclamar de forma natural como si nunca hubiésemos hablado de tales sospechas:
-Ya se huele en el viento. Seguramente Charlotte habrá sacado otra bandeja de sus deliciosos bollos!!-

…y tomándome de la mano regresamos a la casa

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